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Los partidos, los candidatos y el reto 2018: José Murat

De cara al proceso sucesorio de 2018, los partidos políticos han iniciado ya su movimiento táctico y estratégico, logístico e ideológico, para dar respuesta a los desafíos de un México con enormes activos humanos y físicos, pero también de inocultables asignaturas pendientes, en uno de los momentos más álgidos y definitorios, de verdadera dimensión histórica, en su relación con su principal socio comercial y más propiamente en su relación con el gobierno más hostil y lesivo en más de un siglo.
Defender la soberanía del país con un nacionalismo inteligente y articulado, de suma de esfuerzos en la necesaria diversidad, se torna el desafío más grave, monumental, para enfrentar la mayor embestida contra la dignidad, el derecho y los intereses de los mexicanos, sólo con otro formato, desde la invasión territorial de 1914, cuando los marines estadounidenses atacaron Veracruz. El partido, y en su momento el candidato, que mejor entienda y encare este punto axial de nuestra historia, que incluye los temas sustantivos pendientes, estará pavimentando su camino al triunfo electoral. La tarea no parece fácil para nadie.
Todos los partidos políticos, unos más que otros, han desplegado sus recursos materiales y mediáticos para posicionarse en la contienda, ya con algunos trazos de propuestas globales que no contravengan la normativa electoral, como corresponde a una democracia representativa donde las ofertas se analizan, se aquilatan, se contrastan, primero en la opinión pública y luego en la jornada electoral: los electores son el fiel de la balanza. El tiempo de las mayorías prefiguradas y los plebiscitos meramente legitimadores de decisiones tomadas quedaron atrás, como hemos comentado en algunas reflexiones que en su momento decantaron en artículos de opinión y en libros, como El desafío de la transición y Pacto por México.
En el ángulo de la izquierda, recorre el país el presidente de Morena, Andrés Manuel López Obrador, con la nota sobresaliente de que hoy no sólo es quien se perfila como candidato, sino el propio partido, se ubican en lugares competitivos de la tabla nacional, invariablemente primero o segundo lugar es en todos los estudios de opinión, cuando se trata de una organización con apenas tres años de existencia formal, un hecho sin precedente en la historia política del país.
En el PRD hay ya tres aspirantes públicos con trayectoria política y credenciales suficientes para resultar finalmente nominados: el jefe de Gobierno de Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera; el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, y Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán.
En el PT, liderado por Alberto Anaya, no hay aspirante público a la candidatura presidencial todavía, pero se trata de una organización posicionada en el espectro de izquierda y con notable presencia en algunas entidades del país.
En el PAN hay tres militantes que han hecho, de un modo u otro, públicas sus aspiraciones, todos con activos para disputar la candidatura presidencial de su partido. Margarita Zavala se mantiene con una alta aceptación, siempre competitiva, tanto en universo abierto como en círculo partidista; el presidente del CEN, Ricardo Anaya, en crecimiento constante desde el año pasado, y el ex gobernador de Puebla Rafael Moreno Valle, con tendencia al alza. Pueden incorporarse otros prospectos, como el gobernador de Chihuahua, Javier Corral, de larga trayectoria política y parlamentaria.
En el PRI, hay seis o siete militantes destacados y visibles, en trayectoria política y administrativa, cuyos nombres no revelamos porque no han hecho públicas sus aspiraciones, pero que están ahí, en el posicionamiento político y mediático, con posibilidades reales, y sin que el número de prospectos sea limitativo. Cualquiera tendrá en su momento el apoyo de la mayor estructura territorial y organizativa en el país, con presencia en todas las entidades y municipios de la geografía nacional.
En Movimiento Ciudadano, partido encabezado por Dante Delgado, no hay tampoco aspirantes públicos, pero tiene una significativa presencia en el occidente del país y su participación podría ser decisiva inclinadas sus fuerzas hacia alguno de los bloques políticos.
Está también el Partido Verde, igualmente sin un aspirante público, propio o en alianza, pero con importantes activos en algunas entidades del país, sobre todo entre las nuevas generaciones que buscan una representación diferente con acento en los temas ambientales y en importantes planteamientos ciudadanos, como salud y seguridad.
El Partido Nueva Alianza, con precedentes de porcentajes de hasta 5 por ciento en elecciones concurrentes con las presidenciales, puede ser nuevamente un factor para definir, en una eventual alianza con alguno de los partidos mayores, una elección que luce muy disputada desde ahora, en tres tercios que podría ampliarse a cuatro bloques competitivos.
El Partido Encuentro Social irá por primera vez a una elección presidencial y su presencia en algunos estratos sociales, sobre todo segmentos críticos de clase media, podría también ser factor definitorio en una elección competida y cerrada.
Y, claro, los independientes; el más destacado, Jaime Rodríguez, El Bronco.
Pero el punto de definición de la contienda presidencial, a 15 meses de la jornada electoral, será como adelantamos no un concurso de nombres, sino un contraste de ofertas, de respuestas sustentadas, creíbles y viables, a las asignaturas pendientes del país, las estructurales y las que suma el momento coyuntural de acoso, por no decir de abierta agresión, desde el exterior.
Entre esas asignaturas figura, en una etapa formidable pero inconclusa, de cambio estructural, la reforma para hacer productivo al campo mexicano, sobre todo en esta coyuntura de revisión de nuestra relación con nuestro principal socio comercial, pues a las inequidades y asimetrías actuales pueden sumarse otras. No olvidemos que mientras en nuestro país decrecieron los subsidios y apoyos desde la firma del TLCAN, en Estados Unidos y Canadá crecieron, así fuera de manera ­subrepticia.
Está pendiente profundizar la reforma indígena. Es ahí, entre los pueblos originarios, donde se concentran los mayores pasivos y agravios, los indicadores más bajos y oprobiosos de desarrollo económico y calidad de vida.

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