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El Chapo buscaba que algún periodista difundiera su historia

LA REDACCIÓN
19 DE ENERO DE 2016
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MÉXICO, DF (apro).- Tras el encuentro del actor Sean Penn con Joaquín El Chapo Guzmán, tres periodistas aseguran que también a ellos los contactó el líder del Cártel de Sinaloa para que conocieran su historia “por propia boca”, pero le dijeron que no, por las condiciones y las implicaciones que ello tendría.

Se trata de Gerardo Reyes, periodista de Univisión; Diego Fonseca, editor y escritor argentino, y Patrick Radden Keefe, de la revista The New Yorker.

En el momento “en que me enteré de la entrevista de Penn, me sentí como si hubiera perdido una larga y agotadora carrera de obstáculos. Pero aun así, nunca me arrepentí de rechazar las condiciones de Guzmán, porque sabía que el capo omitiría tanto, especialmente su papel en la violenta guerra contra las drogas de México”, puntualizó al diario The Washington Post el periodista de Univisión Gerardo Reyes.

“Al aceptar nuestra petición de entrevista, Guzmán hizo una petición: todo lo que iba a difundirse debía ser aprobado por él”, contó el director de la Unidad Investigadora de Univision Network.

Reyes admitió que estuvo a punto de aceptar. Era tentador, confiesa. “A principios de ese año, dos productores, un camarógrafo y yo habíamos ido al corazón del reino de El Chapo, en la aislada y carente de Ley Sierra Madre, donde la exuberante selva es interrumpida solamente por caminos serpenteantes de tierra y pueblos encaramados”.

“En Miami hablamos de la oferta de Guzmán y rápidamente llegamos a la conclusión de que no podíamos someter nuestro trabajo a esas revisiones [de El Chapo] por los mismos entrevistados. Enviamos ese mensaje a Guzmán y, en esencia, se rechazó la entrevista con el más buscado y tal vez más poderoso fugitivo del mundo”, subrayó.

En un artículo publicado en El País con el título: “Maldito seas, Sean Penn”, el periodista argentino Diego Fonseca cuenta que un cirujano supuestamente cercano a Joaquín Guzmán lo contactó para que escribiera su vida. “Todo resultó en nada y ahora Rolling Stone publica una entrevista que le hizo el actor”, apunta.

Insiste: “Desde hace al menos tres años, Joaquín Guzmán Loera buscó que el mundo conociera su historia por propia boca. El año pasado dio una entrevista a Rolling Stone –que se acaba de publicar– y hace pocos días cayó prisionero por la imprudencia de producir una película, su último intento para propagandizarse. Antes, El Chapo quiso que alguien escriba la historia de su vida”.

Prosigue: “El libro debía escribirse en condiciones de espanto y absurdo. El inicio de la producción no tenía fecha fija porque dependía de cuándo Guzmán Loera quisiera o pudiera hablar. Cada uno de mis viajes sería a un aeropuerto a determinar, donde sería recogido por un grupo de hombres. No podía llevar teléfono celular ni computadora, el pasaporte quedaría con ellos y viajaría encapuchado a un destino incierto. En ese paraje remoto de México donde mi única compañía serían tipos armados con todo tipo de armas, pero ninguna piedad, debería conversar con Guzmán Loera del tema que él quisiera, por el tiempo que fuera necesario y sujeto a su humor de mercurio. Menudo plan: desaparecería de la Tierra sin aviso y volvería a aparecer cuando El Chapo lo deseara”, contó en el texto publicado el pasado 11 de enero.

Fonseca concluye: “En libro o película, El Chapo, un pequeño Darth Vader mexicano, confiaba en nuestra avidez y nuestra piedad para hacer de su historia, la Historia. Como debía ser, vía Sean Penn y Rolling Stone, El Chapo se la regaló a Hollywood”. Él, Fonseca, dijo no.

El Chapo también contactó a Patrick Radden Keefe, un periodista de The New Yorker, para que escribiera un libro de memorias sobre su vida.

En 2014, un abogado de la familia Guzmán pidió a Keefe, quien en dos ocasiones había escrito un artículo sobre Guzmán, colaborar con el capo en su libro. Keefe dijo que no, por temor a repercusiones legales.

“Yo había escrito dos artículos largos sobre Guzmán y había pasado días entrevistando a exempleados del Cártel (de Sinaloa) que habían trabajado para él y oficiales de policía que lo habían cazado. Pero esta era la oportunidad de escuchar la historia de Guzmán en sus propias palabras”, narra Keefe en The New Yorker.

“Terminé diciendo que no. Mi disposición probablemente hubiera sido ilegal: al ayudar de alguna manera con un libro de memorias, podría haber entrado en conflicto con el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, que había decretado sanciones contra Guzmán y su organización en virtud de la llamada Ley Kingpin. Pero también me preocupaba que todo el escenario se sentía como el Acto I de un thriller en el que el desgraciado redactor de la revista, cegado por su deseo de una primicia, no necesariamente sobreviviría al Acto II. Tratando de ser lo más discreto posible, dije al abogado que ‘incluso bajo las mejores circunstancias, la relación entre el escritor fantasma y el sujeto puede de vez en cuando… desgarradora”.

En un texto publicado en The New Yorker, Patrick Radden Keefe agrega: “El libro de memorias promedio es un ejercicio de vanidad, y mi verdadera preocupación era que nuestros respectivos imperativos, entrando en una sociedad tal, serían imposibles de conciliar. Durante los años que estuvo libre, y generalmente invisible tanto para la policía como para el público, el ser humano real llamado Joaquín Guzmán había sido completamente subsumido por el inalcanzable, proscrito, romántico, invencible El Chapo. Parecía que había pocas posibilidades de que el capo de la droga, o sus ayudantes, quisieran que escribiera con cualquier grado de precisión sobre el hombre en sí mismo, cuando el mito era tan potente y tan ampliamente aceptado”.

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