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“50 sombras de Grey”: La sexicienta y el príncipe caliente

Si aceptas ser mi “sumisa”, no tendrás que pensar ni que decidir y encontrarás en ello una liberación.

La señora DE Grey.

El “DE” en mayúsculas, porque la clave del éxito de este fenómeno escrito por la británica E.L. James es el sueño conservador de “pertenecerle” al hombre.

Feministas, asúmanlo. 50 Sombras de Grey es la historia de la princesa que encuentra al príncipe que la somete. Y vivieron felices para siempre. Fin. Por eso funciona, porque hay millones de mujeres hoy independientes, trabajadoras, ingobernables, que siguen deseando que llegue un tipo a decirles: “Me vuelves a poner los ojos en blanco y te surto”. Pero como reactor nuclear que solo es una bomba controlada– mediante negociación.

Nada nuevo para los que sabemos jugar al sexo fuerte: hay una zona en la que si el otro no lo desea, uno simplemente se detiene. En el caso del sadomasoquismo, a veces el “sumiso” no puede hablar y por eso se establecen medios de comunicación para que el “dominante” se detenga. Es una regla de etiqueta.

Pero la autora va más allá. Incluye un convenio de confidencialidad, y reglas escritas para el juego. La “sometida” además puede discutir las cláusulas. Así, las 50 Sombras de Grey representan a la pareja más conservadora en tiempos modernos. Esa es su genialidad. No es un matrimonio, es más complejo. No los obliga a amar, pero ella sí “le pertenece”, y para endulzar aún más el asunto, en tiempos mozos el señor Grey fue el “sometido”. Ha vivido lo que ella.

Grey deja claras dos cosas que son el ensueño de la princesa liberada. Y las dice desde el principio:

“No soy gay.”

“Si aceptas someterte, voy a dedicarme completamente a ti.”

Además, le regala autos, vestidos, viajes; le ofrece un contrato donde no habrá embarazos, usa condón, se interesa por ella, la rescata de un latino que la quiere besar a fuerza, la escucha y por si fuera poco, ¡la presenta con sus papás!

Grey no existe: apuesto a que ningún hombre actual iría a rescatar a una princesa del bar, la vería vomitar, la llevaría a acostar, le compraría ropa y a la mañana siguiente le daría un remedio para la cruda y un coche. Esos hombres no existen, o solo están mientras quieren aparentar una nobleza de Príncipe Valiente. Esos solo se ven en las películas o en las novelas románticas de cuarta, como ésta.

Por último, la joya de la corona: si aceptas ser mi “sumisa”, no tendrás que pensar ni que decidir, y encontrarás en ello una profunda liberación. Inmediatamente ella lo besa. Esa es la mejor propuesta.

50 Sombras de Grey revela una sociedad de mujeres solas. Que toman decisiones. Que, como Anastasia Steele, estudian y se gradúan. Buenas para el mercado laboral, pero incapaces de sostener una relación de pareja “como la de sus padres”. Tal vez por eso la novela, y ahora la película, dan en el clavo al inconsciente colectivo. Por eso y no por las burdas y fresas sugerencias medio eróticas que contiene. Porque en cuanto a sexo, la película se queda como una idiotez frente a El Imperio de los Sentidos de Nagisa Oshima o Ninfomanía de Lars Von Trier. Vaya, hasta Nueve Semanas y Media o Bajos Instintos la dejan como una historia para párvulos del sexo.

No es eso lo que hace este éxito. Es la fantasía de mujeres que se creen todavía princesas. Es la Sexicienta y el Príncipe Caliente, en la que renace la vieja tradición de ser “la señora de”, o en el caso de las inglesas, de cambiarse el nombre por el del marido y resumir sus funciones de dama y objeto.

Ya si, para el tercer libro o la tercera película, el Príncipe se enamora, es otra cosa. Eso ya es la ficción de la ficción y el desenlace propicio para esta subpelícula basada en subliteratura. De sexo, hablamos después.

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