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Tortura en Puente Grande

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Tortura en Puente Grande

El periodista Jesús Lemus sufrió los tormentos cotidianos en el penal de máxima seguridad mientras purgaba una condena injusta. En su narración detalla el sistema carcelario mexicano, que compara con las prisiones de Abu Ghraib y Guantánamo

En México se practica la tortura en forma sistemática y oficial. El que esto escribe da testimonio de ello.

Por ejercer el periodismo, criticando el actuar y funcionamiento de órganos de gobierno local manejados por amigos del entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, fui encarcelado y acusado –sin pruebas– de delitos graves, tales como delincuencia organizada y fomento al narcotráfico, hecho que me condujo a la cárcel federal de Puente Grande, en el estado de Jalisco, en el Centro Federal de Readaptación Social número 2, Occidente.

Ingresé a ese centro penitenciario el 27 de mayo del 2008, luego de estar recluido en la cárcel estatal de Guanajuato, en donde un juez federal determinó que yo era un reo de alta peligrosidad y ponía en riesgo la estabilidad de la cárcel local.

Mi ingreso a la cárcel federal fue al filo de las 16:00 horas en medio de un intimidante operativo.

Fui llevado inicialmente a una bodega –ya dentro del complejo penitenciario–, en donde había al menos 30 personas, entre custodios, personal médico, de psicología y administrativo. Allí me mantuvieron sentado en el piso, esposado con las manos por detrás, con las piernas estiradas y la cabeza agachada, pegando la barbilla a mi pecho, a fin de causar el mayor adormecimiento de la cadera a los pies, para entorpecer mis movimientos.

Tras la revisión médica, que se me hizo en medio de ladridos de perros, de gritos, insultos y empujones, incluso por parte del personal médico, el traslado por los pasillos de la cárcel al área conocida como Centro de Observación y Clasificación (COC) fue traumático:

Mientras dos custodios me llevaban corriendo, haciendo palanca en mis brazos para inclinarme y sofocarme en la carrera, otro oficial me golpeaba la espalda, cabeza, brazos y piernas con sus puños cerrados.

Cada 20 metros parábamos pero era sólo para que otro oficial me asfixiara con sus manos oprimiéndome el cuello.

Por lo menos tres veces perdí el conocimiento y lo recuperé, debido a las patadas que los guardias me propinaban mientras yo estaba tirado en el suelo. El aliento de los perros lo tuve en mi garganta los siguientes cinco días.

Al ingreso, el personal médico me obligó a hacer gárgaras con una solución química que en menos de dos minutos había suprimido la segregación de saliva, lo que acentuó aún más la sensación de ahogamiento.

Ya en el área de COC, tras una revisión humillante de todo el cuerpo, con énfasis en las cavidades, fui llevado a golpes a una celda. Allí fui despojado de ropas y zapatos, confinándome, desnudo y golpeado, al silenció de una fría celda en donde no se apaga nunca la luz, en donde permanecí seis meses.

Durante el tiempo que pasé aislado, desnudo y torturado psicológicamente en aquella celda de COC, fui sometido a una terapia de reeducación, que consistía en sacarme de la celda a la media noche para ser golpeado, bañado con un chorro de manguera a presión y torturado emocionalmente.

Esto sucedía pese a que por gestiones de la agrupación Reporteros Sin Fronteras se solicitó la aplicación del Protocolo de Estambul, que en teoría sirve como guía para la evaluación de las personas que han sido torturadas, o para investigar casos de posible tortura. En mi caso se me informó de la aplicación del protocolo sólo para acentuar sarcásticamente que dentro de la cárcel federal de Puente Grande no hay más ley que la ley del garrote.

La tortura a que fui sometido entre mayo y diciembre del 2008 en la cárcel federal de Puente Grande, con pleno conocimiento de la autoridad penitenciaria, consistió en recibir puñetazos en todo el cuerpo, fotografiarme totalmente desnudo, permanecer desnudo en forma permanente en mi celda, bañarme con agua helada, recibir amenazas de violación, ser sustraído de mi celda a mitad de la noche por guardias encapuchados y con perros, someterme a constantes revisiones corporales, ingerir medicamentos sin explicación alguna, mantenerme privado de la alimentación y el sueño por periodos de hasta 48 horas consecutivas.

Tortura institucionalizada

Este tipo de tortura no se debe a la maldad de un guardia o a la crueldad de un director del penal, es una tortura institucionalizada, toda vez que existe una teoría totalmente desarrollada para el sometimiento de la persona y el quebrantamiento de la voluntad.

Esa teoría fue desarrollada y aplicada por la CIA –misma que se explica puntualmente en el libro la Doctrina del Shock de Naomi Klein–, misma que se aplica en la prisión de Guantánamo, Cuba, y se utilizó en la prisión de Abu Ghraib, en Irak.

Al menos durante el régimen de Felipe Calderón, dicha teoría de sometimiento fue utilizada al pie de la letra en las cárceles federales.

Los tipos de tortura que se han documentado en cárceles como la de Guantánamo y Abu Ghraib, como dar puñetazos en cachetes y patear a los detenidos, saltar sobre sus pies desnudos, grabar en vídeo y fotografiar a prisioneros desnudos.

También es común forzar a los prisioneros a desempeñar posiciones de acto sexual y fotografiarlos, desnudar a detenidos a la fuerza y mantenerlos desnudos durante varios días, imponer a hombres desnudos a usar ropa interior femenina, obligar a los detenidos a masturbarse para fotografiarlos y grabarlos, amontonar a los prisioneros desnudos y saltar sobre ellos, poner de pie sobre cajones a prisioneros, con una bozal sobre su cabeza, y amarrar cables eléctricos a los dedos de los pies y manos y al pene para amenazar con tortura eléctrica,

 

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