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CIUDAD MUERTA. PAIS EN COMA

 

Joaquín Olea

Dicen, los que nos ven desde un escritorio -o desde la frialdad de la estadística- que somos la ciudad con el cuarto lugar en violencia.

Nos preguntamos ¿si los reynosenses vivimos en el infierno, en qué estado de castigo divino vivirán los tres primeros lugares?

Hace unos días, el Maestro Carlos F. Salinas Domínguez, acucioso investigador de la historia y la vida política nacional y experto en la dinámica política tamaulipeca, publico un esclarecedor artículo sobre las experiencias traumatizantes que padecen los individuos que son privados de su libertad y recluidos en instituciones carcelarias. A lo que se le conoce como “el carcelazo”.

Los tamaulipecos, pero en especial los reynosenses, tenemos años padeciendo los efectos de la “prisionalizacion”. Del carcelazo. De la pérdida de libertad.

Encarcelados en el reducido ámbito de nuestras viviendas por el temor de salir a la calle y convertirnos en víctimas colaterales de una guerra que por su ausencia de motivos ideológicos intuimos que jamás terminara. Con las calles, escuelas, negocios, centros de trabajo, incluidas oficinas públicas desiertos, la vida económica –la que mantiene y fortalece la ciudad- a punto de desaparecer, a Reynosa, en estas circunstancias, no se le augura crecimiento y desarrollo futuro ni inmediato, ni a largo plazo.

Hemos llegado al punto profetizado por Gabriel García Márquez es su célebre relato (luego convertido en película) Presagio.

–A un pequeño poblado ubicado en medio de la nada le empezaron a suceder cosas extrañas, se corrió la voz de que el pueblo estaba maldito y los habitantes empezaron a marcharse. A abandonarlo hasta que ya no quedo nadie.

La diáspora reynosense inicio desde hace tiempo. La ciudad es grande pero el vacío comienza a inundarla. El presagio Garcia-Marquiano cada día es más fuerte. La creencia de que la ciudad esta maldita se escucha hasta entre los que no la habitan.

Los vecinos fieles, los que no tenemos a donde ir, ya nos acostumbramos a vivir entre la apatía, la depresión y la angustia. Al igual que las autoridades empezamos a justificar lo que sucede. A vivir con el síndrome del carcelazo a cuestas.

A padecer el llamado “síndrome de Estocolmo”. Porque como afirma Alejandro Jodorowsky: “los pájaros que nacen en jaula creen que volar es una enfermedad”

Tal vez porque poco a poco hemos ido aceptando que vivimos en una ciudad muerta en un país en estado de coma.

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