Estado

El que se va: traición, sangre, repudio; El que llega: Esperanza, Ilusión, Fe.

Fallar, no es opción.
Por: Mauricio Fernández Díaz

Enlodado, manchado de la sangre de miles de tamaulipecos y la de su propio hermano, Egidio Torre Cantú termina su sexenio arrojado de palacio de Gobierno no por un partido, sino por un pueblo que aún tiene Esperanza, ilusiones y Fe, un Tamaulipas que deposita en un hombre su anhelo de cambio y manda al PRI y a su mafia de políticos al basurero de la historia.

La figura del aun gobernador se ve encorvada y no es para menos; carga sobre sus hombros el repudio de todo un Estado, el odio de las miles de familias que han perdido a sus seres queridos, de miles de viudas y huérfanos que jamás supieron lo que era justicia y ven a Egidio Torre, a su compinche Guillermo Martínez, al Procurador de Justicia Ismael Quintanilla y a todos los que los rodean como a sus verdugos, a los jefes de una mafia que entregó Tamaulipas al narcotráfico. Y probablemente no estén muy alejados de la realidad

Los ojos del que se va miran de soslayo, como huyendo de las miradas rencorosas y despectivas que le arrojan doquiera que va el ciudadano común, el pasajero del micro, el empleado de alguna tienda comercial. No hay misericordia en el mudo reclamo que se lee en esas miradas, no hay piedad en los comentarios que brotan como gritos desde las entrañas de ese inmenso mundo llamado redes sociales; la sola lectura de su nombre provoca reacciones furibundas, calificativos despectivos y soeces.

Quienes lo rodean empiezan a dejarlo solo; Expertos en el arte de la traición buscan desesperados un hilo que los amarre a la nave que zarpara el 1 de octubre mientras cortan las amarras que los ataban al barco que naufraga.

Sin embargo el rencor, el “mal humor social” como lo definió Peña los persigue, los señala, los etiqueta.
Son los emisarios del pasado, los tránsfugas de un pasado que horroriza y causa nauseas de solo recordarlo.

Saben que tal vez no haya cárcel para ellos, pero tampoco habrá perdón social por haber sido tanto tiempo cómplices de esa mafia sanguinaria y saqueadora.

Su rey se va, dejándolos huérfanos y desamparados, a merced de un futuro incierto en donde vislumbran no tendrán cabida. Y tiemblan.

El pánico les muerde las entrañas y susurra en sus oídos la tétrica melodía del desamparo, del marginado social.
Los virreyes saben que ellos y sus familias deberán buscar otros horizontes porque en Tamaulipas serán tratados como apestados; sus gruesas cuentas bancarias consuelan su desgracia y pintan menos negro el cielo de Octubre.

Los súbditos no tienen ni este consuelo; Argumentan haber seguido órdenes y jamás haberse beneficiado de la podredumbre generada por el rey y sus virreyes. Puede ser cierto, pero el pueblo los tiene más cerca y sabe que formaron parte de manera indirecta del gran baño de sangre, del enorme saqueo que hicieron sus jefes políticos. Y si no se deslindaron a tiempo y a conciencia de esa mafia, serán ahora señalados con el dedo y sus nombres etiquetados con un despectivo apodo que ya empieza a usarse para insultar, para denostar; “Ese era priista”.

Quienes renegaron y se distinguieron por ir contra corriente; quienes a pesar de la tremenda presión ejercida por quienes detentaban el poder supieron resistir y lanzar su verdad aun a sabiendas de lo que les esperaba de haber ganado la mafia nuevamente, esos sin duda podrán mirar de frente y proclamar voz en cuello haber sido parte del cambio, y como agentes de esa transformación, como soldados de esa revolución podrán sentarse a esperar con fe el premio inigualable de un mejor futuro para ellos y sus familias.

Al que viene la toca la pesada tarea de sanar a un estado moribundo, de consolar en su infortunio a toda la agraviada sociedad que lo llevó y lo puso ahí para enderezar un barco a la deriva.

Empuñar la Constitución y las leyes como arma y la sensibilidad y el apoyo social como escudo para desbaratar el viejo, obsoleto e injusto sistema de gobierno es lo que de él y de quienes lo acompañaran en el timón se espera.

Nada de amigos, compadres o recomendados con historiales discutibles; El que haya sido parte de la corrupción bajo el nombre que sea, no debe tener cabida en el nuevo Gobierno; una manzana podrida pudre a las demás.

Tamaulipas eligió un estadista antes que a un político y la enorme diferencia es que el político ve primero por los intereses de un grupo y después por los de la sociedad y el estadista antepone el bien común al de los grupos.

No se quiere una cacería de brujas, pero tampoco un gobierno complaciente de “borrón y cuenta nueva”
630 mil 513 votos le dan la fuerza, la legalidad y la contundencia para concretar el mandato que le dieran los tamaulipecos:
JUSTICIA, PAZ, PROGRESO.

Fallar no es opción. Titubear para hacer prevalecer el estado de derecho quitando privilegios y fortunas mal habidas o flaquear para encarcelar a quienes mantuvieron miserables y aterrorizados a millones de indefensos conciudadanos tampoco es permisible.

El que se va lleva cargado un costal de tristezas, amarguras, odios y rencores. Por eso se va.

El que llega metió todos los sueños y anhelos de un estado en su maleta y con ella llega.

Esperemos que empiece a desempacar, a sorprender, a maravillar con sus acciones a un Tamaulipas que lo observa atentamente y solo espera de él lo justo.

Nada más, pero nada menos

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